Por Jaime Feliu
Profesor Titular de Medicina
de la Universidad Autónoma de Madrid
Jefe de Servicio en Funciones
de Oncología Médica del Hospital Universitario La Paz
Habitualmente
se ha considerado el bronceado como un signo de buena salud, sin embargo la realidad es bien distinta, ya que
puede representar un peligro. De hecho, prácticamente cualquier exposición de
la piel a la luz ultravioleta (UV) puede resultar perjudicial.
La radiación solar se compone de
radiación visible e invisible. La fracción invisible de la luz, está representada
por los rayos ultravioleta A (UVA), ultravioleta B (UVB) y ultravioleta C
(UVC). Los dos primeros son los causantes de la mayoría de los problemas de
piel. Afortunadamente la capa de ozono absorbe gran parte de la radiación UV,
protegiéndonos de sus efectos, aunque el adelgazamiento que ha venido experimentando en las últimas
décadas ha permitido que aumente la cantidad de radiación que alcanza la tierra,
especialmente en las latitudes del norte.
Los rayos UV son más intensos y
peligrosos en verano, en las zonas próximas al ecuador, y en las grandes
altitudes. Conviene recordar que las nubes no nos protegen de los rayos UV y
que la máxima intensidad de la radiación UV se alcanza entre las 11 de la
mañana y las 3 de la tarde, por lo que la exposición al sol resulta algo menos
perjudicial fuera de esas horas.
La piel protege nuestro cuerpo de la
radiación UV. Cuando se produce una exposición prolongada al sol, las células
cutáneas productoras de melanina (melanocitos) incrementan la producción de
este pigmento, dando lugar a la apariencia bronceada de la piel. La melanina
actúa absorbiendo la energía de los rayos UV y evita que éstos penetren más
profundamente en los tejidos. Así pues, el bronceado es la respuesta de nuestra
piel a la agresión que supone una exposición prolongada a los rayos solares.
La sensibilidad a la luz solar varía según la raza, la
exposición previa y el color de la piel, pero todo el mundo es vulnerable en
algún grado. Como las personas con piel oscura tienen más melanina, son más
resistentes a los efectos negativos del sol. Los albinos carecen de melanina en
la piel, por lo que no se broncean y se queman gravemente, incluso con una
breve exposición al sol. De hecho, salvo que se protejan adecuadamente del sol,
terminan desarrollando cánceres de piel a edad temprana. Las personas con
vitíligo tienen zonas de piel sin melanina y, por consiguiente, pueden padecer
graves quemaduras.
El efecto inmediato del sol más
conocido son las quemaduras solares.
Pueden aparecer durante las 24 horas siguientes a una exposición solar intensa.
Una quemadura grave puede provocar enrojecimiento, dolor, inflamación, e
incluso ampollas. Por su parte, la
exposición crónica a la radiación UV puede ocasionar diversos problemas para la
piel, entre los que destacan: el cáncer y el envejecimiento. Las radiaciones UV
son responsables del 67% de los melanomas que se desarrollan y de la mayoría de
los otros tumores cutáneos (carcinoma basocelular y escamoso). Estos cánceres
suelen desarrollarse en las zonas del cuerpo expuestas al sol: cara,
cuello, orejas, manos y antebrazos. Por
otra parte, la luz solar acelera el envejecimiento de la piel, disminuye la
textura y la elasticidad de la piel y provoca la aparición de arrugas y manchas cutáneas. Este
envejecimiento precoz de la piel puede observarse en las personas que trabajan
habitualmente al aire libre, como los agricultores.
La radiación UV puede dañar la piel
mediante diversos mecanismos, entre los que cabe destacar: lesión de los vasos,
generación de radicales libres, daño de la estructura del ADN (lo que puede dar
lugar a mutaciones en las células y a la aparición de cáncer) y alteración del
sistema inmune, disminuyendo la respuesta antitumoral. Entre ellos, el daño oxidativo inducido por los radicales
libres representa la principal causa del envejecimiento de la piel y está
favorecido por las radiaciones UV. Para combatirlo, la piel cuenta con
antioxidantes naturales que la protegen. Se considera que cuando se produce una
descompensación entre la generación de radicales libres y los mecanismos
antioxidantes se favorece el envejecimiento de la piel y la aparición de
tumores. Para ayudar a nuestro cuerpo, podemos tomar alimentos ricos en antioxidantes
(sandía, vegetales de hojas verdes, frutos rojos, tomate, té verde, pescado
azul, almendras, chocolate negro, etc). Además, la aplicación tópica de cremas
con productos antioxidantes puede mejorar la capacidad antioxidante de la piel
y disminuir el daño causado por la radiación UV sobre la piel.
En
cualquier caso, conviene insistir en que la mejor manera de prevenir estos
problemas es evitar la exposición de la piel a la luz solar, y si esto no es
posible, deberían utilizarse cremas protectoras para disminuir los efectos
nocivos de la radiación UV. Para que estas cremas sean seguras, deben contener
alguna de las 28 sustancias reconocidas en la Unión Europea por su capacidad
para actuar de filtros solares, como es el caso de los aminobenzoatos, benzofenonas,
cinamatos, salicilatos, óxido de zinc, etc.
PABA
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Benzylidene camphor sulfonic
acid
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Drometrizole trisiloxane
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Methylene bis-enzotriazolyl
tetramethylbutylphenol
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Canphor benzalkonium
methosulfate
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Octocrylene
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Diethylhexyl butamido
triazone
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Disodium phenyl dibenzimidazole tetrasulfonate
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Homosalate
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Polyacrylamidomethyl benzylidene
camphor
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4-Methylbenzylidene camphor
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Bis-ethylhexyloxyphenol
methoxyphenyl triazine
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Benzophenone - 3
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Ethylhexyl methoxycinnamate
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3-Benzylidene camphor
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Polysilicone-15
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Phenylbenzimidazole
sulfonic acid
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PEG-25 PABA
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Ethylhexyl salicylate
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Titanium dioxide
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Terephthalylidene dicamphor
sulfonic acid
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Isoamyl p-methoxycinnamate
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Ethylhexyl dimethyl PABA
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Diethylamino hydroxybenzoyl
hexyl benzoate
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Butyl nethoxydibenzoylmethane
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Ethylhexyl triazone
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Benzophenone-4, benzophenone-5
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Óxido de zinc
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*anexo VI reglamento CE 1223/2009